Abro los ojos.
Al final conseguí dormir, después de la espantosa pesadilla que tuve. A mi lado
está Ali. Mirando al techo, seria. Me mira y me dice:
-Por fin te has
despertado.
Sonrío y me
incorporo.
Está
amaneciendo.
En estos
momentos quedamos 5 personas en la arena: Cato, el del 4, La pelirroja astuta
del 5, Ali, y yo.
Me parece que
esto no va a durar más de dos días, como muchísimo. Así que mejor será que nos
curemos todo y nos dispongamos a luchar.
Sacamos toda la
comida que tenemos. Nos comemos prácticamente todo. Bebemos agua, y rellenamos
botellas.
Las heridas de
Ali están casi curadas. No nos vendrían nada mal pomadas del Capitolio en el
distrito 12.
Salimos al río,
nos lavamos un poco, lavamos un poco la ropa, y nos la ponemos, nos ponemos las
chaquetas, afilamos las armas con una roca, lo preparamos todo, y salimos al
bosque, en busca del final de Los juegos.
Ya es
completamente de día. Hace un sol resplandeciente, pero no hace ni frío, ni
calor. Ya no queda barro de la lluvia. Es un paisaje precioso, perfecto, a
quién voy a engañar. Incluso se me parece a nuestro bosque del distrito 12.
Pero no. A diferencia de nuestro bosque, este no es acogedor, este no es alegre.
Esto lo ha creado el Capitolio.
Caminamos
durante dos largas horas sin ver nada.
Cuando sin
darnos cuenta, tenemos delante la Cornucopia.
Ahí al lado hay
una tienda de campaña.
-¿Nos acercamos?
–Le pregunto a Ali.
-Vale.
Los dos
colocamos las armas, y nos acercamos lentamente.
Una vez ahí,
abro la puerta con el pie. No hay nadie. Pero sí hay un hacha, así que lo cojo.
Todas las armas posibles nos vendrán bien.
Oigo un grito no
muy lejos. Claramente es el grito de una chica, y en el estadio solo quedan dos
chicas, una de ellas está a mi lado.
Se oye un
cañonazo. Una menos. Pobrecilla, parecía inofensiva. No me da tiempo a pensar
más. Veo un cuerpo salir de los arbustos en frente. Cato. Pero de la derecha
sale el del 4, que le pega un puñetazo en el estómago.
Se ponen a
luchar como fieras. Bien. Mejor que se maten entre ellos, así nosotros llegamos
frescos a la final, mientras que ellos legarán malheridos.
Ali y yo
corremos a escondernos donde los arbustos. Mientras presenciamos la pelea.
Se pegan, se
machacan, pero no se rinden.
Pasado un rato
Cato deja de luchar y sale corriendo hacia los arbustos.
El otro le
sigue. He estado tan centrado en la pelea que
cuando miro a mi
derecha Ali no está.
Mierda. Empiezo
a susurrar ¡Ali! ¡Ali! Nada.
Me levanto y
empiezo a buscarla.
Tengo el tiempo
justo como para ver su mata de pelo rojizo a lo lejos, oír un grito, y ver como
una lanza la atraviesa el estómago. Cato se dirige a mí, pero con toda mi furia
y desesperación, le pego tal hachazo, que, al instante, se oye un cañonazo.
Corro hacia Ali.
Lucha por mantener los ojos abiertos.
-Gale, puedes
ganar, sé que puedes. Gana. –Me susurra
-Tranquila,
ganaré, por ti- Le respondo.
Sonríe, se le
empiezan a cerrar los ojos. Le acaricio el pelo, mientras susurro ‘No te vayas,
por favor, no te vayas’ entre lágrimas.
Al fin se le
cierran los ojos y se escucha un cañonazo. Su cañonazo.
A su lado hay
una margarita. Como la margarita que vi en mi pesadilla. La arranco y se la
pongo suavemente en el pelo. Está preciosa.
Se la ve bien,
con cara tranquila, dormida.
Y en este
momento se me pasan miles de imágenes por la cabeza: Álex. Ali. Los juegos. La
cosecha. El distrito 12. Mi bosque. Mi madre. Mis hermanos. Katniss.
Lloro. No paro
de pensar que el Capitolio, no, el Capitolio no, Snow, tiene la culpa de todo
esto. De que todos estos niños hayan muerto, y de que mueran cada año.
De ver cómo nos
matamos mientras sonríe frente a la pantalla, satisfecho, porque sólo quiero
vernos sufrir.
Para él somos
como muñequitos a los que puede manejar a su antojo, ver como morimos, como
sufrimos, mientras él se pasa el día en su mansión comiendo canapés y miles de
cosas deliciosas.
Juro por dios,
que si salgo de aquí, voy a matarle. Tengo que matarle. Por todo lo que le ha
hecho a Panem. Por matar a Álex y a Ali. Juro que le mataré.
Y también juro,
que voy a ganar. Por Ali. Por Álex.